El vitoriano Javier Balza recibió dos pulmones
Trasplantes gran reserva
Cuando se acaban de cumplir 50 años del primer trasplante de riñón y
48 del pionero de corazón, DNA habla con el vitoriano Javier Balza de
Vallejo y sus dos compañeros, a quienes la solidaridad les brindó el
milagro de la vida.
La vida les echó un pulso y ganaron. “Hemos negociado con el de
arriba y aquí seguimos”, dice el gasteiztarra Javier Balza de Vallejo,
trasplantado de los dos pulmones. Junto a él, otros dos compañeros,
Miguel Angel Fernández y Ramón Molina que han conseguido una vida
prestada gracias a dos nuevos corazones, quieren dar la cara y contar su
historia para animar a la donación y para que ese 10% de negativas que
todavía se producen se conviertan primero en un 9%, luego en un 8%…
hasta lograr que ni un solo órgano se pierda.
Y como trasplantados veteranos se han empeñado en llevar la contraria
al cirujano Pedro Cavadas, quien afirma categórico que “todos los
trasplantes, con suficiente tiempo, fracasan”. “Es una verdad incómoda
de la trasplantología. A los veinte años, aproximadamente el 100% de los
órganos trasplantados se han perdido”. Pero Balza de Vallejo, Fernández
y Molina desdicen con hechos sus palabras. “No hay una ciencia exacta
que fije cuánto va a durar el órgano. La estadística siempre va por
detrás de los acontecimientos. Cuando yo llevaba tres años trasplantado
me encontré con uno que llevaba ocho y me dijo que ésa era la media. Yo
no sé donde está el límite de mi órgano. Pero es bueno estar limpio y no
ponerse trabas”, explica Balza de Vallejo que se define como un enfermo
con calidad de vida.
Ramón, con más de 23 años disfrutando de su motor de repuesto, está
cargado de razones. “Con los años que llevamos trasplantados, nuestros
casos demuestran que se ganan muchos años de vida. Un conocido decía
estoy trabajando con un chico trasplantado de corazón, y el padre apostillaba; pero ésos se mueren rápido.
Particularmente yo, que voy a hacer setenta años, ya si me tengo que
morir me muero de viejo porque empiezo a entrar en la media”. “A mí me
trasplantaron con 46 años y me he ido poniendo metas para ir ganando
tiempo al tiempo. Primero quería durar hasta que mi hija pequeña tuviese
18 años. Ahora lo que quiero es ver a los nietos hacer la comunión y me
imagino que luego pediré que pueda verles casarse”, declara Ramón
Molina, de Durango.
27 años con otro motor
“La prueba es que el lector dirá fíjate el tiempo que llevan viviendo así estos tres
chalados y
lo que les queda”, bromea Miguel Ángel Fernández con su corazón extra
desde que tenía veinte años. “Yo no he tenido un problema con mi corazón
en mi vida. Quizá porque fue fruto del último trasplante que realizó el
doctor Diego Figuera y, a la vista está, que lo hizo muy bien. Era
joven, un caso delicado… pero aquí sigo después de 27 años y pico”,
relata Fernández. “Me tocó, como le podría haber pasado a cualquier
otro, y de ser una persona absolutamente sana pasé a notar que no podía
subir las cuestas, a encontrarme muy mal y a estar condenado a un
trasplante en el lapso de pocos meses”, comenta este santurtziarra.
Los tres reconocen que hay más casos de trasplantes de este tipo en
varones. “Hay muchos más hombres trasplantados de corazón que mujeres
porque nosotros somos más susceptibles de que nos lo partáis”, dice
irónico Miguel Ángel. Bromas aparte, son conscientes de que ellos sufren
más dolencias cardiovasculares y presentan una mayor incidencia de
problemas cardiacos.
Tanto Molina como Fernández fueron operados en Puerta de Hierro. En
aquella época sólo les daban a elegir Madrid o Barcelona para realizar
la intervención. “La técnica en sí no era mayor problema. Pero lo que
permitió el
boom de los trasplantes fue la medicación
inmunosupresora que evitó el rechazo, el mayor handicap”, acotan.
Entonces, sacan de sus bolsillos unas pastillas enormes de las que saben
ya no podrán prescindir el resto de sus días.
“Somos personas inmunosuprimidas. La medicación nos mantiene el
cuerpo en alerta para que no reciba virus. Los médicos deben ser capaces
de encontrar el equilibrio entre bajarnos la defensas lo suficiente
para que el cuerpo no rechace el órgano y tenerlas suficientemente altas
para no ser susceptibles a cualquier
bicho que pase por el camino”, explica Miguel Ángel Fernández que tiene un
trancazo serio.
Medicación de por vida
“La medicación es desagradable. Hay que tomarla cada doce horas
aunque cada uno toma dosis diferentes y son medicaciones a la carta”,
anota Balza de Vallejo, operado de los dos pulmones en 2001. “Si hubiera
sido en 1991 no lo cuento. Mi postoperatorio fue terrible”, remata. “Si
empiezas a pensar en la medicación te asfixias porque nos estamos
envenenando. Pero lo que está claro que la calidad de tu vida está en
función de cómo seas capaz de vivirla”, sentencia con optimismo.
Al principio, Fernández se metía su medicina en pipeta mezclada con
zumo de naranja, leche o batido de chocolate. “Me decían que necesitaba
algo así para que no se quedara pegada a las paredes del estómago, pero
acabé del
Cacaolat hasta las narices”, recuerda.
Para Fernández o Molina el nombre de Christiaan Barnard no significa
cualquier cosa. El primer trasplante de corazón de humano a humano fue
realizado por el equipo del profesor Barnard en el Hospital Groote
Schuur en Sudáfrica en diciembre de 1967. El paciente era Louis
Washkansky de Ciudad del Cabo, el cual vivió 18 días antes de morir de
neumonía. El donante fue Denise Darvall, quien se encontraba en muerte
cerebral tras un accidente de coche. Los cien primeros transplantados
fallecieron. En los años setenta el panorama mejoró pero hubo que
esperar hasta los años ochenta, en concreto a la aparición de la
ciclosporina, para que los transplantes fueran seguros.
El padre del trasplante
“Yo tuve la fortuna de coincidir dos veces con Barnard, en un
campeonato del mundo en Manchester en 1995, y en otra ocasión en Canadá.
Estaba como un pincel”, dice Fernández que competía en los campeonatos
para trasplantados y ha viajado por todo el mundo. Ramón Molina, otro
activista de los trasplantes que ha hecho la Ruta de la Plata y el
Camino de Santiago, también coincidió con el doctor en Oviedo, pero ya
no era el gran divo de la medicina de otras épocas. “Le dimos la mano,
pero no era ni su sombra”, declara.
Si hay algo que planea sobre sus existencias cada vez que se
levantan, es la memoria de su donante. “Estoy agradecidísimo porque
todos los días soy consciente de que sigo vivo gracias a la donación de
alguien que anónima y desinteresadamente fue lo suficientemente generoso
para ceder un órgano que salvase una vida”, dice Balza de Vallejo,
quien afirma que actualmente hay en España 5.000 personas a la espera de
algún órgano.
“Yo tuve la suerte de recibir el corazón de un joven de mi misma
edad, 20 años. Trasplantar un corazón es complejo, tiene que tener unas
medidas parecidas a las tuyas. Además yo soy 0 positivo, un grupo
sanguíneo de negros -bromea-, y sólo había un diez por ciento de órganos
que me valían. Estuve un mes en lista de espera antes de entrar en
urgencia 0. Toda Europa estaba pendiente de si había un órgano para mí”.
Fernández recuerda aquellos días cómo los peores de su vida.
“Estaba fatal. El peor viaje que yo recuerdo a Madrid fue aquel en el
que me enviaron al hospital en una ambulancia medicalizada. Había un
tramo de carretera en obras. El viaje duró 8 o 9 horas; fue horrible. A
la vuelta, sin embargo, vine sin ningún problema en el coche, con mi
gente”, cuenta. Y es que el enfermo renal tiene mejor calidad de vida
gracias a la diálisis. “Pero el del corazón y pulmón entra al quirófano
en una situación lamentable”, aclaran.
Gratitud a los donantes
Fernández es conocedor de que su órgano se lo debe al fallecimiento
de un chico catalán. “Eran otros tiempos. En 1988, los niveles de
control eran menores. Yo tenía un gráfico en el hall en el que vi la
edad del donante y la procedencia. Murió descerebrado en una pelea. No
me hubiera costado nada mirar en una hemeroteca, pero hubiera sido un
error.” La obsesión de los tres es lograr más donaciones. “Tenemos que
bajar ese 10% de negativas, porque si te duermes en los laureles, la
gente se acomoda y por eso hay que salir a la calle”, reivindica Molina.
Para Fernández, “mientras haya un compañero que se quede en la mesa de
un quirófano sin un órgano será que no hemos hecho lo suficiente”.
“Es una pena que un órgano se pierda por falta de información. Si la
persona está bien informada, seguramente diga que sí”, remata Balza de
Vallejo, quien destaca la extraordinaria labor de los profesionales de
las unidades de extracción. “En concreto en el hospital Santiago, no hay
ninguna negativa, porque la gente está preparada e informada”,
resuelve. “Además, la donación no salva una vida, salva varias. Corazón,
pulmón para uno o para dos, el riñón para dos, tejido, córnea,
páncreas…”, enumera.
Para Ramón es cuestión de edad. “La gente joven está más
sensibilizada pero los mayores te dicen lo mío no vale para nada… pero
para esto no hay edad, le puede tocar a cualquiera y casi cualquiera
puede donar porque cada vez hay más donantes mayores de 70 años”,
matiza.
La vida laboral es la asignatura pendiente. “Si te jubilan antes del
trasplante estás bien, pero si no…”, dice Ramón. A mí me jubilaron
cuatro meses antes del trasplante con 46 años y cuatro hijos. Pero en
caso contrario, te desesperas pensando qué va a ser de tu vida porque
las empresas no quieren tener allí un enfermo”.
Ahora las cosas han cambiado para mal. “Cada uno se tiene que pelear
su caso, yo tuve que recurrir a los tribunales porque me querían quitar
la jubilación que el hospital me tramitó de oficio”, indica Balza de
Vallejo. Fernández, el único en activo ya que trabaja en un centro de
rehabilitación, suscribe que es un tema peliagudo. “Hay problemáticas
laborales tan distintas como personas”, dice.
Un reportaje de Concha Lago. Fotografías Borja Guerrero – Domingo, 27 de Diciembre de 2015 – Actualizado a las 06:12h
Publicado en el Diario de Noticias de Alava.
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